HISTORIA PERSONAL DE PATRICIA JIMÉNEZ CASTILLO.

CÓMO Y PORQUÉ APRENDÍ A HACER

ARTESANÍA primero y arte después.

Por: Patricia Jiménez Castillo

Me llamo Patricia Margarita Jiménez Castillo. Nací en el centro de San José, en el Hospital San Juan de Dios, un 10 de junio de 1952. A los dos años, mis padres casi me pierden, a causa de una polio meningitis muy aguda, que me dejó como secuela la pérdida de movimientos normales en ambas piernas, por lo que no puedo ni correr maratones, ni brincar vallas, ni hacer gimnasia aeróbica. Aún así, no soy fácil de atrapar.

En esa época, mi abuelita que era española, creía que los primogénitos deben de ser tratados con preferencia, y se dedicó a hacerme masajes con recetas propias, y ella junto con la tenacidad de mis padres lograron que al menos recuperara la capacidad de caminar renqueando, pero sin ayuda de aparatos.

Esa misma abuelita quien en vida se llamó Ángela Roig, era maestra, por necesidad, de manualidades. Nuestro abuelo murió de una pulmonía fulminante, y ella tuvo que hacerle frente a la vida en un país extranjero y con seis varones, (uno de ellos mi papá) y una niña a la cola, mi tía Carmen. De mi abuela adquirí las habilidades manuales, supongo que en sustitución a la debilidad de no caminar bien. Y de mi tía la nobleza de carácter y conciencia aguda para ayudar a los demás a pesar de las limitaciones.

Abuelita Ángela pasaba horas haciendo ‘ganchillo’, cosiendo rueditas de sobros de tela para hacer muñecos, colchas para camas, y procurando que nuestro tiempo siempre estuviera bien invertido. Una de las hermanas de mi abuelita que nunca se casó por cierto, nos enseñó a hacer deliciosas confituras y otros postres, que hoy día son culpables de mi sobrepeso, y también con ellas aprendimos a cantar y a pintar al óleo durante nuestra niñez.

Debido a mi enfermedad, yo pasaba muchas horas en hospitales y terapias para recuperar el movimiento de mis piernas. En esas largas horas, mis padres me proporcionaban muchos libros para entretenerme con sus lecturas, y lápices y pinceles para hacer dibujos, y mi madre luego de mucho trabajo de enfermería, el tiempo libre lo dedicaba a que leyera todo lo que nos encontrábamos. A los siete años ya me había leído el Infierno de Dante Alighiere.

Luego entré a un Colegio de monjas, el Sagrado Corazón, pues mis padres, por esas evoluciones de la vida, estaban en el proceso de divorciarse y no tenían quien me cuidara, pues mi madre necesitaba trabajar para poder darnos lo básico de la vida.

Mi padre siempre fue un soñador y a menudo no tenía más que sueños para alimentar nuestras almas. Mi mamá aprendió en Venezuela, donde vivimos por casi 7 años durante mi niñez, a coser con unas italianas, y a hacer más postres ricos con otras europeas. Mi mamá también viene de una línea de enfermeras y en la guerra del 48, ya trabajaba en el Hospital San Juan de Dios, y me contó que cuando venían los legionarios de uno de los bandos, ella se escondía debajo de la cama de los pacientes para que no se la llevaran!

Con mi mamá aprendí a ser persistente y a coser, con las monjas del Colegio Sagrado Corazón aprendí a escribir historias, hacer altares, cientos de rosas de papel para los mismos, a odiar la química y la biología, pues no entendía por qué tenía que sacrificar a los sapos para aprender anatomía, y a entender el arte. Con mi papá aprendí a amar a los animales y los rincones de nuestro país, vendiendo pan en un Jeep Willis en las zonas rurales.

Terminé mis estudios secundarios un año más atrasada que mis compañeras, pues mi rebeldía, por el divorcio de mis padres, me obligó a no presentar los exámenes finales del Colegio y un año de vida escolar fue tirado a la basura. Finalmente en 1970 me gradué a duras penas, y al año siguiente entré a la Universidad de Costa Rica.

Allí estuve expuesta al teatro, a la sicología, a la sociología de las comunicaciones, a las manifestaciones comunistas, en contra de Alcoa, ( y de esto aún no estoy segura de porqué) y al amor, durante tres tortuosos años, en los que no saqué ninguna profesión, solo fuertes experiencias.

Esas fuertes emociones me formaron una identidad que se expresó pobremente en poesías, y luego con más certeza en un matrimonio que lleva ya 38 años de existencia. De este matrimonio realizado con mi dragoniano esposo Gary Diller, nacieron dos hermosos varones. (Sí, la ciencia le ganó la batalla a la enfermedad, y ellos nacieron gracias a las césareas). Mis hijos se llaman Jerome y David, y gracias a su existencia, luego de vivir 24 años de mi vida en medio del ruido de la ciudad y sus angustias, le pedí a mi marido que nos fuéramos a vivir a un lugar más apropiado para que los niños crecieran sin miedos jugando a ser niños, con mi casi constante vigilancia.

Nos mudamos a Monteverde. Viajamos en un viejo camión con nuestras poquísimas pertenencias a un lugarcito que no tenía ni agua corriente, ni luz eléctrica, pero sí un ranchito de dos habitaciones, que en el momento en que llegamos tenía casi dos pulgadas de polvo en el piso! La casita estaba a la pura orilla de la calle, y había pasado deshabitada casi un año. Y un camino horrible, en el que a veces solo pasaban tres ruedas del autobús que subían las montañas solo una vez al día, en medio de tremendos polvazales ó de temporales que hacían el camino peligrosamente resbaladizo.

Ese cambio total de vida, me hizo conocer más a fondo la vida de las mujeres campesinas, en una zona donde no había nada más que hacer que criar niños, cuidar animales y cocinar y lavar todo a mano, durante largas horas de duro esfuerzo.

Yo no sabía qué hacer. Estaba acostumbrada a ganar mi propio dinero, pero...no sabía cocinar con leña, y menos de cuidar animales, y me aburría por no tener mucho que hacer, después de cocinar el arroz y los frijoles diarios, lavar a mano las mantillas y ropitas de los niños, y jugar con ellos. A mi marido y a mí se nos ocurrió ponernos una venta de ropa usada, y otras chucherías. Eso me permitió conocer las necesidades de las actuales compañeras de nuestra cooperativa, y satisfacer más dignamente nuestras necesidades familiares, pues no teníamos mucho dinero ahorrado para vivir indefinidamente de ellos.

El deseo de ayudar y de ganar un poco más de ingresos para mejorar la calidad de nuestras vidas, me hizo poner en práctica lo aprendido en mi juventud, comencé a realizar mis primeros dibujos de aves de la zona para que mis amigas pudieran bordarlos ó pintarlos en tela y vendérselo a los pocos biólogos que visitaban la Reserva de Monteverde en el inicio de la década de los 80. Todo esto con la ayuda de dos jóvenes norteamericanas y una tica que trabajaban para diversificar la economía de la zona, que era más que nada lechera. Las estadounidenses eran Katie Vandussen y Laura Salzman, y la tiquita era Marta Iris Salazar. Aprendimos a cortar botellas para hacer vasos, a tallar madera de cedro para hacer platos, tazones y bandejas y vimos el potencial para vender productos artesanales con nuestras amigas, que ya cosían, bordaban, pintaban ó tejían a mano. Las que más sabían y nos enseñaban en esa época eran la mujeres cuáqueras, que además me influyeron mucho con sus técnicas de resolución de Conflictos sin violencia. Mis relaciones con otros, no siempre habían sido precisamente pacíficas. En este mundo hay demasiadas injusticias como para no enojarse constantemente.

Conforme aumentó el número de mujeres que querían unirse a nuestro grupo fuimos sintiendo la presión de capacitarnos para poder vender más de nuestros productos, que al principio fueron prendas de vestir hechos en algodón puro, ó lo que nosotros llamamos ‘manta cruda’, o sea, sin blanquear. Esas prendas las decorábamos con ‘bobos de corona azul’, ó quetzales, ó tucanes, ó ranitas de diversos colores, mariposas y flores silvestres de nuestros patios y montañas. No nos quedaban muy bonitos, y creo que por motivarnos, y porque no habían competencia, la mayoría de los turistas los compraban. Tuvimos que aprender que no todos los hilos para bordar eran de buena calidad, pues ó se manchaban ó se rompían con facilidad, y que las técnicas que usábamos tenían que ser mejoradas, para que las prendas no quedaran todas arrugadas. La experiencia fue nuestra más grande maestra. Para recuperar lo invertido en algunas prendas, nos veíamos obligadas a rediseñarlas y redecorarlas hasta que se vendieran. El contacto directo con los clientes nos enseñó mucho sobre el mercado norteamericano y lo que más les gustaba, así es que nos especializamos en ello, pues eran la mayoría de los visitantes a las Reservas y Bosques de la zona.

Los motivos de diseño pasaron de ser un simple pajarillo posado en una rama, a todo un paisaje que hablara por sí solo de cómo era el lugar donde habitaba esa avecilla. Aprendimos a mezclar técnicas, y producíamos pinturas que llevaban partes aplicadas, bordadas y cosidas a máquina. Hicimos muchos concursos para estimularnos con la competencia a hacer mejores cosas año con año. Yo gané un par de veces el primer y el segundo lugar en esos concursos. Aprendimos a usar los colores artificiales, de esos que uno compra en la tienda, al igual que algunos colores naturales, producidos por el té, la cebolla y otros.

Lo divertido de esta etapa es que ninguna de nosotras sabía que teníamos estas aves alrededor nuestro hasta que los biólogos, que yo tanto odiaba por maltratar a mis sapitos, nos enseñaron a verlos en su ambiente natural: las montañas de nuestras fincas y patios caseros. En esa época los biólogos y otros amantes, como mi marido, de la naturaleza que nos rodeaba en abundancia, puesto que éramos pocos los habitantes de la zona, me enseñaron mucho a través de libros y de observación. Por primera vez vimos la gran biblioteca natural que teníamos a nuestro alrededor.

Mis hijos crecieron libres y juguetones entre ranitas, insectos, pequeñas víboras que nunca les hicieron daño, y el sentimiento era mutuo, y todos éramos felices aprendiendo por primera vez de lo que siempre estuvo allí puesto por la invisible mano de la Madre Natura.

Cada día hacía dibujos nuevos, copiados al principio de los libros que nos prestaban, luego con una buena dosis de estímulos positivos de parte de las amigas cuáqueras, como mi gurú personal Martha Moss, y la doctora en artes populares Jean Andrews, y otras filántropas como Rosalind Gunn, y profesores como Carlos Jiménez, -quien en paz descanse, y que de paso Dios se lo llevó siendo muy joven, solo tenía 30 años-, descubrí que tenía un enorme potencial, que apenas ahora comienzo a explotar para la pintura y el dibujo.

Durante casi 18 años, trabajé solo para el crecimiento del grupo, que se llegó a convertir en un departamento más de Coopesanta Elena R.L. Para poder enseñar a mis compañeras, yo misma tuve que aprender mucho, y entre más enseñaba, más me daba cuenta de lo que me faltaba aprender. Y viceversa. Mis compañeras y los clientes estábamos en una constante búsqueda para mejorar la venta y calidad de nuestros productos.

Todas nos enseñábamos de lo que íbamos por allí aprendiendo poquito a poco. Formábamos talleres de capacitación con los pocos recursos que lográbamos captar, y que generosamente otros nos regalaban para ello.

Desde que formalmente nos afiliamos a Coopesanta Elena, lo que sucedió en 1982, todos los años, las diferentes mujeres que han pasado por el grupo, hasta la fecha, hemos recibido algún curso de capacitación para mejorar nuestras habilidades naturales. Al principio era solo el traspaso informal de lo que nuestras madres ó abuelas nos habían enseñado en el seno de la familia, como el tejido con agujón, ó crochet; el bordado a mano; el tejido en telares de nativos norteamericanos, como el ‘Inkle-loom’, que nosotras mismas nos encargamos de modificar para que se ajustara a nuestras necesidades; el dibujo en bosquejos simples; la pintura en tela; la apreciación de los colores y sus combinaciones; el tejido en dos agujas, ó manual cuando usábamos los desechos del maíz, ó el bejuquillo de las montañas.

Conforme pasaba el tiempo en las relaciones de mercado, nos dimos cuenta de que lo que sabíamos, no era suficiente para satisfacer las exigencias de nuestros consumidores y tuvimos que buscar a otras personas ó instituciones para que nos dieran más capacitación, en áreas más técnicas. Con esas Instituciones yo aprendí más sobre dibujo, diseño, y otras técnicas de tintura y pintura, y en eso es que me he especializado, mientras mis compañeras buscaban diversificar la producción que vendía nuestra tienda con habilidades desarrolladas en el manejo del cuero, el barro, la costura especializada, el teñido con colores naturales y artificiales, el tejido, y el diseño de nuevos productos hechos en fieltros y otras materias primas naturales, como hojas, flores y plumas de las aves de corral de nuestros propios patios. Con nuevos profesores se han explorado inclusive el potencial interno de nuestros recuerdos y tradiciones hasta llegar a reproducir no solo los temas de nuestra naturaleza del Bosque Nuboso, si no de algunas tradiciones agrícolas y/o familiares.

En lo personal, mis proyecciones para el futuro están determinadas por mi necesidad de ayudar a las generaciones que vienen a entender los cambios y el cómo adaptarse a ellos, a través de mis poemas, mis pinturas en tela, con óleo y acrílico, la producción de papel a partir del reciclado, la encuadernación, el marmolado de telas y papeles y la fotografía.

Continuo en el aprendizaje de nuevas técnicas en estas áreas, y sé que tengo mucho que aprender y que transmitir para que el mensaje sea fuerte y claro, pues nuestra madre Naturaleza, necesita ayuda para seguir soportándonos, y nosotros como grupo humano tenemos mucha capacidad para desarrollar nuevos métodos que no la destruyan mientras aprendemos a ser felices en ella. Espero llegar algún día a ser lo suficientemente buena como para que las futuras generaciones vean en mi, un reflejo del potencial que ellos mismos tienen posibilidades de desarrollar.

A pesar de que en mi época estudiantil aprendí sobre la existencia de grandes pintores como Velázquez, VanGoh, Picasso, Dalí, Monet, Da Vinci, es hasta el inicio del nuevo milenio que me encuentro con que también existieron algunas mujeres que fueron importantes en la pintura. Estoy en busca de sus biografías y trabajos. Sin embargo por esas cosas raras del destino una de mis amigas se topó con un libro de la vida de Frida Khalo. Y me lo prestó. Cuando lo hojié, quedé impactada por la pintura de ella amarrada por fajas para sostener su columna vertebral, que había sido quebrada en un accidente automovilístico. Esa visión literalmente me dolió todo el cuerpo. Y no paré de leer el libro hasta que lo consumí en tres tardes seguidas, -muchas cosas se detuvieron para poder leer-.

En estos momentos ella es una de mis heroínas favoritas. Tenemos muchas cosas en común. Tal vez demasiadas, y no sé si es coincidencia o no, pero su amor por la comunidad y la naturaleza es un factor común que hace que muchas personas busquemos hacer el bien, sin importar el sacrificio que a veces eso represente para nuestro propio bienestar personal.

Por ahora seguiré con mis pinturas tratando de expresar lo que todos necesitamos recordar para ser más felices, al lado de las compañeras de la cooperativa que se independizó de Coopesanta Elena en el año 2001: CASEMCOOP RL, mientras este exista y cumpla con sus objetivos.

Mi reto personal es seguir productiva con una nueva línea de libretas, álbumes, cuentos y poesías cartoneros, a partir de material reciclado, como cajas de cartón y papel artesanal que yo misma hago y decoro. También continuar con el proyecto que la Dra. Ilse Leitinger dejó inconcluso en apoyo a la Prof. Shannon Young para que la Historia de las Abuelas de Monteverde quede escrita. Las ediciones en español y las ilustraciones las haré yo. Y por último sacar a la luz la vida de las mujeres con alguna discapacidad, como la mía propia, para que sea más que evidente que sí podemos aportar mucho a la comunidad donde nos toque vivir, mientras logramos equilibrar las necesidades humanas con las de la Madre Naturaleza.

Patricia Jiménez

(ustedes pueden encontrar artesanías originales de esta artísta en CASEMCOOP RL en Monteverde. )

Patricia Jiménez Castillo

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